Los siglos XVI, XVII y XVIII, dejaron en las iglesias coloniales de Bogotá obras de arte que fueron producidas cuando el trabajo de los artistas y de los artesanos no solamente les permitía ganarse el sustento sino, ante todo, solazarse pausadamente creando, sin prisa, la belleza con que se quería homenajear a Dios: era una época de fe y una forma de hacer arte que, como la del Renacimiento Italiano, quizás no vuelva a repetirse.
El legado que de esos siglos quedó en nuestros templos coloniales fue riquísimo; como ejemplos están las techumbres sobre cuyo colorido maderamen se trazaron con molduras doradas bellos diseños geométricos de raigambre mudéjar; los retablos barrocos tallados que cubren los muros y están recubiertos por hojilla de oro, donde pequeños angelitos policromados cargan sobre sus espaldas ya columnas que a veces giran alrededor de su eje, envueltas con guirnaldas de frutos o de flores, ya columnas cuyas estrías parecen bailar alrededor de la superficie.
En los espacios demarcados por esas columnas se albergan imágenes de la Virgen y de los Santos, realizadas dentro del espíritu de la Contra Reforma Católica, para despertar con su dramática actitud corporal y con sus expresivos rostros, los sentimientos religiosos: Cristos y Vírgenes dolientes y Santos extasiados en la contemplación divina; en los trajes de algunos de estos frecuentemente se imitan bellas telas brocadas mediante las técnicas usadas en el trabajo de la madera: el policromado, el estofado y el esgrafiado. Estas tallas llegaron ya de España, de Inglaterra, o de Quito, o fueron trabajadas por nuestros artistas criollos en los talleres de Santa Fe, Tunja y Turmequé.
También quedaron en nuestras iglesias coloniales lienzos traídos de Europa, óleos pintados en estas tierras por maestros venidos del Viejo Mundo y tablas y pinturas ejecutadas por artistas criollos como los Acero de La Cruz, los Figueroa, Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos y otros más, que cubrieron los muros de las iglesias y capillas e impregnaron de ambiente religioso esos recintos.
Conocer y valorar los templos que tienen todos estos tesoros artísticos debería ser tan importante para nosotros, como ha sido para los habitantes de Europa, de México y de otros países, sin que velar por las realizaciones del pasado haya impedido su desarrollo económico; por el contrario, ha hecho que los ciudadanos, orgullosos de su raíces, sientan amor por lo que tienen y quieran conocerlo, conservarlo y promoverlo.
Lamentablemente, en algunos de nuestros templos coloniales ha habido saqueo de tesoros artísticos. Esta es la razón por la cual algunas de las imágenes que se citan en este trabajo como pertenencia de una iglesia, ya no aparezcan en ella; en otros casos, algunas obras excepcionales han tenido que ser reemplazadas por copias, con el fin de poner las primeras al resguardo en alguno de los Museos de Arte Religioso que existen en la ciudad. Sin embargo, esto no impide al visitante de la iglesia conocer el contexto físico y espiritual en donde la original estuvo durante centurias.
He vivido en Bogotá algo más de las tres cuartas partes de mi vida y me honro de ser Miembro de Número de la Academia de Historia de la ciudad desde hace 26 años. He visitado una y otra vez sus iglesias coloniales y las he estudiado con un amor innato en mí, ya que desde mi infancia en Tunja, ciudad donde nací, aprendí a valorar la historia, el arte y las tradiciones de nuestros templos coloniales.
Hoy, la Sociedad Geográfica de Colombia, bajo la acertada dirección del ingeniero geógrafo Eufrasio Bernal Duffo, da a conocer el fruto de mi investigación, bajo el título de Localización, Historia y Arte de las Iglesias Coloniales de Bogotá, D. C., con la convicción de que servirá para que los lectores conozcan, cuiden y promuevan los valores históricos y artísticos de estos recintos construidos durante los siglos XVI, XVII y XVIII, muchos de los cuales han sido ya declarados Patrimonio Cultural de Colombia.
Mercedes Medina de Pacheco
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