Desafío
RESCATAR LA UTOPÍA
Alberto Mendoza Morales
Utopía es, según los diccionarios, “plan, doctrina, proyecto, sistema halagüeño pero irrealizable”. Es ou-topos, el sitio del “no lugar”. La palabra la inventó Tomas Moro. La tradicional definición la contradijo hace años, Karl Mannheim, planificador europeo. “Utopía es idea anticipada, anhelo e incitación que bulle en una sociedad; conduce a cambios sustanciales”. La topía es la versión de hoy. Utopía es la versión de un mañana posible. Utopía fue ir a la luna. Parecía quimera. En una nación no hay cambios si en ella no se dan grupos renovadores comprometidos, incluso, con aventuras peligrosas.
Orlando Fals Borda aplicó el concepto utópico a la historia de Colombia. En su libro, “La subversión en Colombia”, enseñó que cada tramo significativo de nuestra historia estuvo precedido por un pensamiento nuevo, rebelde, por una visión sustitutiva de la existente, por tanto utópica. El funcionamiento de las sociedades es ese. Dentro de una topía, realidad establecida dominante, aparece una utopía propuesta que la desafía, producto de fuerzas renovadoras, inconformes. Perciben desde otros horizontes nuevas posibilidades, conciben nuevas versiones, buscan nuevas circunstancias, aportan ideas fuerza, utopías que tratan de salir a flote y reemplazar, desde luego con dificultad, la topía, situación vigente. El caso permite formular novedades. Sin utopía no hay prospección, ni visión lejana, no hay desarrollo. Planeación sin utopía es ejercicio chato, escaso de sentido ¿Cómo sería un plan que propusiera metas trascendentales que deseamos alcanzar? Sería un verdadero plan, una proposición abierta, libre de la reiteración existente. La humanidad está, además, signada por la atracción futurista, trata de proyectarse, busca lo ignoto por encima y más allá de lo existente. Otra cosa es una nación que anula su capacidad de anticipar futuros. Pensadores y políticos suelen proponer nuevas vías de acción. Son frenados por vulgar y corto rutinismo que encontramos en la gente pensando al día, sin dimensión, sin volumen, alelada, incluso perpleja, defendiéndose los unos de los otros, recelándose entre ellos, tratando de clasificarse por ideologías, defendiendo lo que hay, sin examinar ideas nuevas, sustancias profundas, problemas que vienen desde atrás y necesitamos superar, detenidos en el alegato de cuestiones laterales, cuando no secundarias. Percibimos a Colombia frenada, sin prospectiva, pasiva frente a la urgencia y actualidad de problemas sin resolver, cuando una nueva realidad necesaria de emprender nos desafía. Rescatemos nuestro derecho a soñar. Ofrezcámosle a Colombia una utopía de trascendentales dimensiones.