Aberración estimativa
RECURSOS HUMANOS
Alberto Mendoza Morales
Persiste en Colombia la costumbre de tratar a las personas como “recursos”, es decir como si fueran cosas o muebles. Por todas partes se oyen y leen expresiones que las califican, además, como “materia prima” y “capital humano”. También las llaman “mano de obra” o “cerebros”. Estos calificativos, industrial-mercantilistas, ofrecen una señal: la desvalorización de las personas. Las tratamos como factores manipulables de producción. Uno entre varios. No distinguimos entre fines y medios. Caemos en lo que los axiólogos llaman “aberración estimativa”.
Recurso es medio. Los medios son objetos de uso y manipulación. Concebido el hombre como recurso abre las puertas a su cosificación, a su “uso”, desde luego al abuso, vía que conduce a la manipulación generalizada de unos por otros. Tratadas como “recursos”, las personas adquieren categoría instrumental y mercantil, como si fueran cosas, objetos manipulables, no renovables o vegetales que si lo son. Según la extendida y errónea manera de apreciar al prójimo, las personas serían recursos renovables, rápidamente renovables, si nos atenemos a los explosivos índices de crecimiento de la población.
Considerar la gente como recurso, se originó en dos distinguidos profesores norteamericanos, los doctores Harbison y Myers. Las personas, para ellos, son “manpower”. Salta a la vista que, con los “recursos”, nos encontramos frente a descomunal confusión de categorías, ante honda falsificación de la realidad. Estos hechos denuncian, sin equívocos, desmedrado aprecio por las personas. Una corrección de estos conceptos es obviamente imperativa.
Las personas, tratadas como recurso, no son censadas, son inventariadas. No sería extraño que los colombianos, “recursos humanos” de este país, estemos por ahí inscritos en las listas que hacen los “expertos”, junto con sillas, escobas y escritorios. ¿Quiénes nos mantienen en los vericuetos de los “recursos humanos”? Los desarrollistas, personas alucinadas. Ocupan, con frecuencia, posiciones dirigentes. Su realidad suele agotarse en lo económico. Fuera de la dimensión monetaria, de producción, de insumos y consumos, no reconocen ninguna otra realidad. encuentran en el desarrollo una “nueva religión”. La educación, para ellos es un “gasto de inversión”, para algunos un “gasto de consumo”. Los más audaces proponen, para la América Latina, el “mercado común educativo”. Notablemente enajenados pierden las referencias, transponen la jerga económica al sistema de educación, vida y trabajo. Notable es, también, que pedagogos, políticos, sociólogos, profesionales en general, se han dejado arrastrar por los desarrollistas a quienes inconscientemente acolitan. Una corrección en materia de recursos es obviamente necesaria.