LA FURIA DE LAS CEIBAS
Alberto Mendoza Morales
“Dios siempre perdona; el hombre a veces perdona; la naturaleza nunca perdona”. Esta reflexión de los mayas, sacada de la experiencia, ha tenido cabal expresión en la furia del río Las Ceibas. Atacó con furia a Neiva ciudad que atraviesa.
La cuenca hidrográfica del río ha sido agredida de mucho tiempo atrás. La parte alta fue desmantelada sin medida. La protección vegetal fue aniquilada con el expediente de talar el bosque sin consideración y sin control público. El cuidado del medio y del ambiente, del que tanto se habla, fue inexistente.
Error de anteriores administraciones fue el ocuparse en el diseño y arreglo del río en el tramo correspondiente a la parte urbana. Olvidaron, o pasaron por alto, que lo que suceda en la parte baja del río es consecuencia de lo que se haga o deje de hacerse en la parte alta. Se hizo una gran inversión en la parte urbana descuidando la parte determinante que es al rural.
La furia del río es justificada. Varios días sin agua es el castigo a la población y factor indicativo de que Neiva debe ocuparse del río ya no parcialmente como lo hicieron sino en la totalidad como es necesario hacerlo.
La cuenca del río tiene que ser abordada en su integridad. La parte alta tiene que ser reconstruida. El rescate del río implica decretar la ronda con un ancho mínimo de 40 metros a lado y lado a partir de las aguas altas. Diseñar, con eje en el río, un parque longitudinal de doble propósito protección y recreo, desde el nacimiento del río hasta su desembocadura en el río Magdalena. Y abordar la cuenca en su conjunto como un proyecto integral de ordenamiento territorial que incluya corregir daños en la superficie del terreno y repoblar el bosque con especies nativas.
De otra manera Neiva quedará nuevamente amenazada por los próximos inviernos, sujeta a consecuencias previsibles: nuevas y devastadoras crecientes. Aquí no se puede esperar “que la naturaleza se compadezca de nosotros”; esa figura no existe en la naturaleza. Lo mismo hay que hacer con el río del Loro, o del Oro como algunos prefieren. Y en Colombia hay que hacerlo con miles de ríos que sufren igual o peor agresión.