LA HORA DE LA MUJER
Alberto Mendoza Morales
Dicen que la mujer colombiana es “bella y guerrera”, inteligente, enérgica y trabajadora. En cualquier caso es la protagonista de una revolución acelerada y profunda. Trajo aire nuevo a la nación. Ha cambiado el panorama en un proceso vertiginoso de cuatro fases: liberación, ocupación, destape, delincuencia. La liberación se dio hacia la segunda mitad del siglo XX; salieron de las cocinas, las alcobas y los gineceos; “gritaron, mi cuerpo es mío”; les ayudo la píldora; las representó la “mujer liberada”. La segunda fase, ocupación, las vio independizarse; “los hombres se casaban, las mujeres se separaban”; encontraron espacio para mostrar sus capacidades; dinamizaron la sociedad; asumieron actividades públicas; gerencias, magisterio, alcaldías, ministerios; gobernaciones; fueron políticas, senadoras, representantes; comenzó a faltarles tiempo para atender el hogar y los hijos. La tercera fase, el “destape”, es de exhibición apoyada en la cirugía plástica; “el seno desnudo, develado a la mirada pública, rompió viejas metáforas maternalistas y familistas; mostró a la mujer hembra recuperando un bien del cual había sido despojada a lo largo de los siglos” (Florence Thomas). En calles, tiendas, pasarelas, pantallas y concursos las vemos con prendas someras, con descaderados que fijan la atención en el ombligo, en trajes de baño con “hilos dentales”, a veces desnudas. La realidad les torció el camino, las llevó a la cuarta fase, la delincuencia, la de “la mujer que mata” (Revista Cambio). Resultaron comprometidas con politiquería, narcotráfico, robos y bandas de asalto. La mujer está desafiada a retomar el camino recto, dar buen ejemplo, solucionar al problema hogareño, ayudar a recomponer el tejido social y a organizar a Colombia de una manera diferente.