EL CAMPESINO TRADICIONAL
Alberto Mendoza Morales
El campesino tradicional colombiano se forjó a lo largo de años. Fue producto directo de la geografía. Su filosofía y su cultura salieron de su íntima comunión con la tierra, trabajada con las manos, su primordial herramienta. Montañas, llanuras y animales formaron su entorno.
Ciclos vitales lo orientaban: días, noches, veranos, inviernos. El croar de las ranas le anunciaba la lluvia. En luna creciente no cortaba árboles, ni se dejaba peluquear. Su tiempo no lo tasaban las manecillas del reloj. Lo dictaba el sol y sus ritmos recónditos. “Se levantaba cuando cantaba el gallo al salir el sol”. Tomaba su “puntal” cuando la sombra no le llegaba aún a la punta de los pies. Almorzaba cuando el sol caía a plomo sobre su cabeza. Eran las 12. Levantaba su labor cuando las lomas escondían el sol. Volvía a su rancho al oscurecer.
Las edades de las personas no las reconocía por años, las percibía por estados del ser: “el niño ya gatea”, “la niña está empechando”, “la joven está de casar”, “el muchacho está volantón”. Ignoraba la geometría, pero midiendo no se equivocaba. Usaba el “ojímetro”, la “cubicación”, el pie, el geme. Campesino natural como un árbol. Sus necesidades eran inmediatas: lluvia a tiempo, almorzar, apagar la sed. Su ayer moría cuando se acababa la cosecha. Su mañana era el día siguiente.
La naturaleza marcó su piel arrugada, curtida por asoleadas, ventiscas, lluvias y serenos. Tenía ojos vivos. De ahí brotaba la malicia. La dentadura deficiente denunciaba carencias esenciales. Usaba sombrero. Calzaba alpargatas. Descalzo, apoyaba en la tierra unos pies duros, de calcañal partido, de dedos callosos, separados. Según clima y faena, usaba “tapapinche”, ruana, pañuelo “rabo e’ gallo”, carriel, machete. Fumaba tabaco “para espantar mosquitos” o “distraer el hambre”. Era amigo de perros, vacas, mulas, caballos. Los reconocía por su ruido, “canta el gallo de fulano”, “ahí pasa la mula de zutano”. Su corazón era ancho. Cooperaba con sus vecinos en “mingas” y “convites”. Era conservador. Se aferraba a lo conocido, eludía lo nuevo. Se mostraba creyente, respetuoso de leyes y autoridades. La malicia era su mecanismo de defensa. Los fines de semana encontraba diversiones en el pueblo. Celebraba con aguardiente.
¡Ah tiempos! Cómo cambió nuestro campo. La violencia lo sacó de su hábitat. Sobrevive perdido en zonas tuguriales de grandes ciudades. Que un día no lejano, vuelva a su tierra el labriego.