TRATADO SOBRE LA IN-JUSTICIA
Alberto Mendoza Morales
En una colina cerca de Ortega, Tolima, una cruz blanca, ladeada, ostenta equívoco letrero: “Sufrió la in-justicia”. Marca el sitio donde están los restos de Quintín Lame, líder indígena caucano. Paseó sus últimos años en el pueblo mostrando su larga, lisa y brillante cabellera.
La in-justicia reina en Colombia. “Razón de sobra tienen los colombianos cuando hablan con tanto desprecio de la justicia” (EL TIEMPO, Editorial, 11/03/05). San Agustín en sus Confesiones dijo: “El Estado que renuncia a la justicia no se distingue de una partida de bandidos”.
Justicia es la “la virtud que inclina a dar a cada quien lo que le pertenece”. Alude al Derecho. “Derecho es lo que es recto”, enseñaba el maestro Darío Echandía. Para Platón “la justicia es la virtud por excelencia”. Notable expresión dejó José Hilario López: “la justicia es la base del sistema republicano, el más respetable de los poderes de un pueblo culto”. La condición la señaló Woodrow Wilson: “para que haya justicia se requiere la vigilancia resuelta del gobierno”.
La justicia en Colombia es rama seca bajo manipulación política. El Palacio de Justicia, destruido en la Plaza de Bolívar de Bogotá, se reconstruyó sobre los cimientos del horror. El ecosistema humano se mantiene en emergencia judicial. Por parte alguna afloran acciones que impongan el Derecho que es lo recto.
Mauricio Gaona, abogado, señala correctivos: “La ética del Estado reposa en el respeto a la justicia. El poder judicial es la piedra angular de la justicia, la libertad y la dignidad humana. La separación de poderes empieza ahí. La justicia no se negocia, se aplica. La política estará al servicio de la ley y no la ley al servicio de la política. La independencia y la autonomía del juez es inmutable”.