Frente a los países llamados “en vías de desarrollo”, se levanta un mundo inverso, el de los “países en vías de subdesarrollo”. La Unión Europea los representa. Países de menor desarrollo avanzan mientras los más avanzados retroceden.

La población de los países que estuvieron en la proa del desarrollo envejece y no se reproduce. Faltan niños. Han tenido que cerrar escuelas y licenciar docentes. El desempleo ronda al 12% de la fuerza del trabajo, cifra considerada hace tiempo catástrofe nacional. Fábricas y empresas expulsan trabajadores. Hay bajo crecimiento económico, caída de la construcción, contracción del consumo en los hogares, merma en las exportaciones. Para equilibrarse proponen recortar gastos de producción reduciendo beneficios sociales y salariales conquistados por los trabajadores luego de largas y duras luchas. En esos países surge, por consiguiente, malestar social y político. Esos intentos reduccionistas llevaron a franceses y holandeses a rechazar el proyecto de Constitución Europea.

Alemania mira con expectativa si su economía alcanza el PIB de China, India y Rusia o queda por debajo, perdida su condición de tercera potencia mundial. Los municipios están desfinanciados. La queja cultural es notoria en el país. Las universidades, que estuvieron en la cúspide mundial, notables por su calidad científica, también están en crisis. “Si Europa, en general, sigue invirtiendo en ciencia y tecnología las cantidades en que lo hace actualmente, tardará 50 años para alcanzar a los Estados Unidos y, más todavía, al Japón” (“Cómo va Europa”, Néstor-Hernando Parra).

Los mapas urbanos y rurales de los países en vías de subdesarrollo muestran “espacios virtuales”. Son lugares indeterminados ocupados por olas de camuflados asiáticos, latinoamericanos y africanos. Allí hay ira contenida. Las autoridades no saben qué se incuba ahí ni qué pasará.